7 de enero de 2009

retrato de dama con bandido...Fernando Mora Melendez

La Cárcel de la Ladera acogió durante décadas a lo más granado del hampa y de la poesía criolla. A sus celdas iban a dar con sus huesos criminales de trayectoria, timadores de ingenio y hasta escritores heréticos. Los límites entre delito y pecado fueron muy borrosos en el Medellín de los sesenta. A esa mezcla entre artista y rufián, a la manera de Rocambole, corresponde la figura de un célebre ladrón de oficio, Antonio Medina, más conocido como Toñilas.

Pese al remoquete, que más pareciera el de un payaso de piñatas, Toñilas cobró fama no sólo como asaltante de bancos sino como lector impenitente, piloto de carreras y encantador de mujeres. A su saga contribuye una fina estampa de dandy tropical: ojos claros, porte distinguido, pantalones de lino y guayabera; todo eso engrandecido con un estilo del que se preciaba: cero derramamiento de sangre en sus actos. Se aprendió el Código Penal de memoria solo para defenderse en las audiencias. Había escapado dos veces de la cárcel: una vez por la lavandería, oculto entre la ropa sucia; otra, disfrazado de mujer.

María Esther Arango, que a la sazón bordeaba los cuarenta y cinco, soñaba con ver a su amante bandido, y tuvo que urdir una treta para entrar a la celda. Se le ocurrió que una amiga suya podría impartir un curso de fotografía a los reclusos. La propuesta tuvo eco. Giovanna Pezzotti, reportera gráfica de origen italiano, se lo tomó muy en serio. En ese momento tenía veinticuatro años y era todo un primor; tanto así que Toñilas apenas la vio le dijo: “El tipo de mujer que a mí me gusta es usted”.

Tal parece que las sesiones fotográficas se extendían durante largas jornadas. La bella profesora encandilaba como un flash la mirada de los condenados, sobre todo la de Toñilas. Pero Giovanna, por fidelidad a su amiga, se mantenía a prudente distancia de aquel pillo irresistible: “Yo apenas les decía a mis alumnos: pónganle tanto de diafragma, enfoquen bien y disparen”.

Las autoridades de la prisión vieron con buenos ojos la actitud de los internos con las clases y hasta permitieron que la dama acondicionara un calabozo como cuarto oscuro para revelar los negativos. Así presenciaron al milagro de ver aparecer sus retratos por obra y gracia de la luz. Otros menos interesados por el arte que por la carne, se aprovechaban de la complicidad de las sombras para tocar a la maestra. “Había uno que era el más sobón. Me quería meter mano por todas partes y tuve que regañarlo. Estése quieto, le dije, hágame el favor, que usted parece un pulpo. Entrada la noche venía un guardia a decirme: señorita, que ya está muy tarde para que usted se encuentre en una cárcel”.

La figura joven y agraciada de la profesora se hizo habitual en la los patios de La Ladera. Y al mismo tiempo Giovanna se volvió sensible a las demandas amorosas de Toñilas. Él se convirtió en la clase de ladrón a la que ella le entregaría todo.

(...) continuacion....

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